No había escrito porque tuve montón de cosas que hacer, recibir a dos chilenos y ayer a una pareja de españoles, corregir informes y hacer la dichosa tarea de Aroca, que no es tan difícil como se veía en un principio, pero la verdad sea dicha, requiere de un cierto esfuerzo. Seré, por lo tanto, breve. Ayer 22 de enero de 2009 se cumplieron seis meses desde el día 22 de agosto de 2008, día en que pasé por la aduana e ingresé a territorio canadiense con visa de estudiante.
No ha sido fácil. El idioma ha sido lo de menos. La cultura yo más o menos la cachaba, porque había estado antes aquí. Me ubicaba más o menos en la ciudad de Windsor. Pero en los primeros meses tuve que pagar muchos gastos que yo llamo de “estabilización”, entiéndase una plancha, una tabla de planchar, sábanas y una frazada, algo de mobiliario, y por supuesto, comida. De a poco he ido comprando más cosas.
En Chile tengo aún varias amigas que, por decirlo así, “encienden mi generador de cosas lindas para decir”. Acá en Canadá no he logrado establecer esa conexión con nadie. La mujer gringa es muy linda, pero no tiene la dulzura y… sí, humildad, de la chilena. Pero hace demasiado tiempo que estoy solo. Me hace falta una mujer.
Acá todo el mundo tiene auto, y no es trivial no tenerlo. Porque significa que hay que caminar hasta el supermercado, y cuando la temperatura es de -10°, y las veredas están llenas de nieve, no es tan gracioso llevar las manos cargadas, y además la mochila en la espalda. Y mejor no hablar del viento maldito que hace sentir más frío del que realmente hace. Haciendo una estimación al ojo, con la plata que estoy ahorrando, resulta que aún está lejano el día en que pueda comprar un auto; de aquí a un año al menos.
¿Algo positivo? He desarrollado relaciones más estrechas con la gente del laboratorio, sobre todo con Pepe, que ahora está viviendo en la misma casa que yo. Me ha ido bien en los cursos. Y lo más importante, dejé de depender de mis padres.