Estoy en Canadá otra vez. Sano y salvo. El viaje en avión no registró incidentes, ni siquiera menores. Mañana por la tarde estaré otra vez en Windsor, y volviendo todo a la normalidad. Tengo que reabastecerme de cosas, ir al supermercado y a la farmacia a reaprovisionarme de todo.
Pero vamos por orden. Habíamos dejado las cosas antes de la ceremonia de titulación que fue el recién pasado día 1 de julio. Recibí felicitaciones, pero para mí no fue más que un trámite porque la defensa había sucedido casi un año antes, el día 4 de agosto de 2008. Me hizo entrega simbólica del diploma el decano Prof. Luis Núñez, quien (para mi sorpresa) se acordaba perfectamente de mí y de mi situación; me preguntó ahí mismo arriba del escenario cuándo había llegado y por cuánto tiempo me quedaba en Chile. Plop.
Lo otro fue que incluso desde antes de llegar vinieron estos típicos fulanos que sacan fotos para venderlas a la salida de la ceremonia. Me sentí víctima de paparazzeo.
En los días siguientes seguí viendo a gente, viejos amigos, y haciendo todas esas cosas que solían divertirme. Las Viejas me hicieron esas sopaipillas que tanto echaba de menos… Ahora que estoy cocinando, creo que me siento con pata suficiente como para hacer una masa, uslerear, cortar y tirar al sartén… Sí, sería genial que Nik y Golam probaran ese genial invento de la cocina tradicional chilena que son las sopaipillas. Ah, también fue notable ese día que salí con mi amiga la Daniela. Vimos la película Up, que casi me hace llorar con la historia de Ellie, la señora del viejito protagonista de la película. Se la recomiendo a todo el mundo. Después la fui a dejar a la casa; para ello tomamos un Metrobus, que salió del Plaza Vespucio. Como no quedaban asientos, nos fuimos de pie, y experimenté una sensación que no sentía hace mucho: que el chofer de la micro se fuera a toda cueva, como en los mejores tiempos de las amarillas, y tuve que irme bien afirmado de los fierros de la micro. Les juro que fue ¡hasta emocionante!
También pasé por el laboratorio de microscopía de efecto fuerza de la USACH. Mi sensei de dicha técnica, el Leo, tuvo la bondad de regalarme un par de o-rings hechos por él para hacer experimentos de fluidos en el AFM que tengo acá en Canadá, además de enseñarme otro par de trucos que no sabía.
El fin de semana anterior a venirme, me hicieron otra recepción en la casa de mis tías. Esta vez, un asado con todas las de la ley; ese día la celebración se asemejó bastante a la típica de 18 de septiembre que hace mi familia; asado con harta carne y ensaladitas, y después un juego de lotería. Cómo echaré de menos el cariño de la familia. Fotos del encuentro en mi Flickr.
Los últimos días tuvieron una marcada nota académica. Fui a la USACH otra vez, a la Facultad de Ciencias a conversar un rato con los profes Chindo, Marcelo Campos y sus alumnos, y también me junté con mi ex jefe Marcelo Kogan, con quien conversamos mucho rato, sobre el paper que había quedado pendiente, y sobre otros posibles trabajos futuros. Me sirve bastante.
Ayer miércoles fue la despedida definitiva. Por distintas razones, sólo mis padres pudieron acompañarme al aeropuerto. Pero era todo lo que hacía falta. La despedida fue bien emocionante, por supuesto.
Este viaje a Chile tuvo varias repercusiones. Primero, hay que irse y renunciar a, o perder lo que uno tiene para darse cuenta de cuánto vale realmente. Segundo, a pesar de todos los defectos conocidos de mi querida patria, todas esas cosas que uno le conoce y que le molestan mucho, sigue siendo un lugar hermoso. Ese cariño de la gente que a uno lo quiere, esos abrazos y besos, esos regaloneos que tanto eché de menos en mi ausencia, y mejor ni hablar de la comida… Esas cosas simplemente no tienen precio. Tercero, de pronto comprendí el sentido de la frase “hasta que la muerte los separe”. De pronto me di cuenta de que el lazo que hay entre mis viejos y yo es tan fuerte, que sólo la muerte podría romperlo, y que a ello es a lo que uno aspira al formar una familia.
Pasé, pues, luego, por Policía Internacional, abordé el 767 que me dejó en el aeropuerto de Toronto (Lester B. Pearson), llegando a mi destino a las 6:37 horas, misma hora para Chile continental y para la provincia de Ontario. Sin novedades en el viaje, mi tercer aterrizaje en Canadá fue casi un trámite. Llegó a ser hasta fome. Esta vez no tuve que solicitar permiso de estudio, y la oficial de aduana sólo me preguntó a qué me refería con que hubiera declarado traer productos de comida. A saber, una caja de bolsas de té de manzana y canela. ¿Licor? El Amargo de Angostura que me pidió el profe Ricardo Aroca. Todo okey, me soltaron sin hacerme más preguntas antes de las siete de la mañana. El sol brillaba sobre la capital provincial (Ottawa es la capital federal) y la humedad cooperó para brindarme una bienvenida más cálida (literalmente) de lo que hubiese querido. Un Go Bus me dejó en la estación de buses de York Mills, donde me esperaba la Sra Quena para llevarme a su casa.
El contraste fue grande. Volver a ver cuál de todos los autos más lujoso; los edificios modernos; la gigantesca carretera 401; las casas en estilo americano, la radio del auto con los locutores hablando en inglés, la gente en la calle hablando en inglés, ¡hasta yo mismo hablando en inglés!, gente afroamericana, hindú, y musulmana, y por supuesto, la gente de raza caucásica. Todo conocido, pero verlo otra vez, y saber que ésta será mi realidad, otra vez y por otro año al menos, no significó que me subiera el ánimo. De pronto me pareció que todas esas cosas lindas que se ven, es como si fueran de plástico, es como si fueran de mentira. No se parecen a mi hogar.
Muchas gracias a Ale, Ani y a Anto por leerme. Las tres A. Cuatro, conmigo (Ariel). ¿Coincidencia?
Tengo, pues, que reencantarme con Canadá. Mañana vuelvo a Windsor. Veremos qué pasa.