Cuando cursaba mi primer año de universidad en 2001, el profesor Vergara nos hablaba de que la carrera de Química y Farmacia abarcaba demasiadas cosas; que debía especializarse, porque el farmacéutico que se dedique a la industria no requeriría los mismos conocimientos que el que se dedique, digamos, a la farmacia clínica. Sobre todo porque el conocimiento está en expansión, y hoy en día simplemente no es posible abarcarlo todo. El conocimiento que generan los académicos de todas partes del mundo crecía hasta hace algunos años en forma exponencial. Conversando hace poco con mi primo político el Leo, profesor de física de la USACH (y mi maestro de AFM), me hacía ver que hoy en día, el conocimiento crece en forma de doble exponencial (y = e^(e^t)).
Frente al aumento del conocimiento, se hace necesario modificar las prioridades de lo que es o no es imprescindible saber. Ya Carl Sagan lo decía en El mundo y sus demonios. Es, pues, natural que los alumnos empiecen a cuestionar la utilidad de los distintos cursos. Todos nos desorientamos frente a una diversidad grande. Para muestra, un botón: la gran mayoría de mis compañeros reclamaba ante cursos como p. ej. el de operaciones unitarias, donde el profesor Jaime Sapag disfrutaba enseñándonos a pensar en unidades imperiales (pulgadas, pies, libras, psi, grados Fahrenheit, BTUs, etc.), o los distintos tipos de fittings, el número de Reynolds, las calderas de grandes y pequeños volúmenes de agua, y otro montón de cosas de las que ya no me acuerdo. La queja general era: ¿para qué chu... nos enseñan esta materia? Peor era con el curso de Ciencias Sociales: una isla de humanismo en un mar de ramos científicos. Como decía Huxley en el prólogo a Un mundo feliz (Brave New World), una clavija redonda frente a muchos agujeros cuadrados. Finalmente terminaron por rebautizarlo como "Sociología" y ofrecerlo como ramo electivo; la asistencia a clases era demasiado baja.
Cada área del conocimiento está generando conocimiento nuevo. Cada día aprendemos cosas nuevas. Los periódicos electrónicos publican minuto a minuto (iba a decir diariamente, pero hasta eso se queda corto) lo que sucede en distintas partes del mundo; Internet lo hace posible. El conocimiento, pues, es una variable; ¿cuál es, entonces, la constante de la ecuación? ¿Qué es lo que se debe enseñar siempre, lo que no debe cambiar?
Respuesta: Lo que se ha perdido, lo que siempre dieron por sentado y que en realidad nunca nos enseñaron con profundidad ni en el colegio ni en la universidad... el método científico. Pero resulta que buenas aplicaciones del método científico requieren la aplicación de otra herramienta que, al menos a mi juicio, es precursora lógica del método científico. Me refiero al pensamiento crítico. La primera vez que tuve una aproximación a esto fue cuando en clase de Farmacoquímica, nos hicieron disertar sobre artículos del Journal of Medicinal Chemistry, y el profesor Díaz nos recalcaba que hiciéramos un análisis crítico del artículo. Muchos de nosotros recién veníamos acercándonos al mundo de los artículos científicos; no estábamos para nada familiarizados con la literatura científica, menos aún con algunas de las técnicas que se describían en varios de los artículos que se entregaron. ¿Cómo se suponía que íbamos a hacer un análisis crítico?
Para mi gusto, el profesor tenía razón en pedirnos eso, porque conocer las herramientas requiere un esfuerzo relativamente modesto. Además que dicho esfuerzo nos serviría para aprender mucho. Sin embargo, buscar pifias en la lógica de un artículo científico es un ejercicio al que muchos no nos habíamos enfrentado nunca, y tampoco habíamos recibido la instrucción teórica para enfrentarlo. Y peor, había que responder a esa demanda bajo la presión de obtener una buena nota en un ramo que ya era suficientemente difícil (y uno de los ramos centrales de la carrera de Farmacia), y contra el tiempo, porque había otros muchos ramos que también demandaban nuestra atención.
Es que el pensamiento crítico es una herramienta que debiera enseñarse en la casa, desde nuestros primeros años de vida. Debiera ser reforzada en los colegios. Pero demasiados profesores se quedan como "enseñadores de materia" (como le escuché una vez a don Belfor Aguayo) y no estimulan a los alumnos a pensar ¿y para qué diablos estamos estudiando lo que estamos estudiando?
¿Por qué se le da poca pelota al pensamiento crítico en nuestros colegios? ¿Porque una de las consecuencias es que se cuestiona a las autoridades, a las cuales no les gusta recibir críticas, las cuales se sienten como una amenaza a su poder? ¿Por simple incompetencia? ¿Simple ignorancia? ¿Todas las anteriores?
Me da lata pensar en teorías conspirativas más elaboradas. Por hoy se termina mi alocución.