jueves, 1 de noviembre de 2007

El Fantasma del Laboratorio

Nunca he sido partidario de celebrar la vigilia del día de Todos los Santos (a/k/a Jálogüin), pero considerando que el próximo año me iré a un país donde SÍ lo van a celebrar me guste o no, decidí tomar parte en el concurso de cuentos de terror organizado por la odontóloga Dra. Fresia Grimberg entre sus pacientes (me incluyo).

[Mensaje para la Dra.: ¡Encuentro impresentable que en estos días no tenga clavada su bandera en el ciberespacio!]

Participé con un cuento, que no pretendía dar miedo sino más bien ser gracioso, el cual publico aquí:


El Fantasma del Laboratorio

por Ariel R. Guerrero

Con el deseo de no estar haciendo todo a última hora, el experimento de Camila había comenzado con normalidad, todos los reactivos habían sido pesados con precisión analítica, y agregados minuciosamente según estaba establecido en el protocolo. La reacción debía estar completa 12 horas después de alcanzada la temperatura requerida. Requería supervisión de la presión, y que nadie abriera la puerta; no debía entrar luz blanca. Sólo se permitía una tenue luz roja. Camila debía vigilar cada tres horas que la presión no sobrepasara el límite razonable. . El inconveniente era que tendría que quedarse toda la noche en el laboratorio, durmiendo sólo a ratos, para tener los resultados a la mañana siguiente.

Ese día ella estaba de cumpleaños, y los otros tesistas habían decidido, esa misma tarde, hacer una fiesta en su honor. Aprovechando que el profesor estaba de viaje en algún congreso, los muchachos decidieron hacer la fiesta ahí mismo en el laboratorio. Los muchachos habían preparado un licor extraído de cáscaras de naranja, al cual le agregaban otras especias secretas, de lo que resultaba un brebaje alcohólico único en su tipo. Sólo los muchachos conocían la receta. Con este licor y un bonito pastel, los muchachos festejaron a Camila, y todos quedaron bastante bebidos. La fiesta terminó cerca de las diez de la noche, y en este momento Camila cerró la puerta, apagó las luces, prendió la pequeña lámpara roja e inició la reacción.

El exceso de licor hacía que los pensamientos de Camila divagaran. La escasa luz hacía que los matraces y tuberías de gases tomaran formas siniestras. Se decía que en el edificio penaban, que por la noche se escuchaban voces. Las malas lenguas decían que pertenecían al finado Díaz, quien había muerto hacía ya muchos años, cuando fue el incendio…

Camila estaba casi durmiéndose cuando, de pronto, se sintió un ruido grave hacia la puerta. No estaban golpeando, pero algo había allí. Aún mareada, se levantó a mirar. No había nadie. Volvió a recostarse en el sillón.

Recordó la invasión de hormigas que habían tenido recientemente. Cuánto les había costado echarlas. Le pareció verlas caminando esa noche, marchando inexorablemente hacia su destino, como un río…

Y en el momento menos esperado, vio una luz que venía desde atrás. Se dio vuelta. Era la figura de un hombre.

—¿Qui-quién es usted? ¿Cómo entró?

—Cuando estaba vivo, me llamaban Díaz…

—No… ¡Usted está muerto!

—Sí, y he venido para cobrar VENGANZA… Un experimento como el que estás haciendo se llevó mi vida hace nueve años...

—Usted está loco…

—¡Mira detrás tuyo! Ellas han venido a cobrar mi venganza…

Era un río de hormigas dirigiéndose hacia la reacción. Las hormigas se metieron al reactor, y salieron de él agrandadas por lo menos cinco veces… y ahora se dirigían hacia Camila.

—¡NOOOOOO!

El fantasma se reía cada vez más fuerte, y las hormigas se acercaban a Camila, quien no podía arrancar… No podía abrir la puerta del laboratorio, si lo hacía, la reacción podía estallar. Las hormigas se acercaban, y se acercaban más. Camila retrocedía y retrocedía, hasta tocar el otro mesón. Se subió al mesón, pero pasó a llevar los vasos de precipitado, los que se quebraron con gran estruendo.

Los vasos se habían roto, los fragmentos habían alcanzado sus manos, las que ahora sangraban y dolían. Camila seguía tratando de arrancar, como pudiera, pero el laboratorio era demasiado pequeño. No había escapatoria.

Díaz seguía riendo, una risa macabra… De pronto, hizo un gesto con una mano, saltaron chispas desde un enchufe, y se inició un incendio. Había entrado luz, el balón de reacción empezó a hervir, la presión empezó a aumentar, hasta que vino el estruendo de la alarma de pronta explosión.

—¡MORIRÁS!

—¡NOOOOOOOOOOO!

De pronto, se abrió la puerta y se encendieron las luces. Camila abrió los ojos; sólo entonces comprendió que se había quedado dormida. En la puerta del laboratorio, los muchachos que venían a iniciar sus labores. Eran las diez de la mañana. Afortunadamente, no había nada que temer, un vistazo al reactor mostró que la reacción había concluido exitosamente.

—¡Wena Camila! Tuviste suerte que la presión se mantuvo, porque se te apagó la tele…

—Sí… ¿Cuándo pruebo de nuevo esos brebajes que hacen ustedes?


Después, Camila Salzmann, mi amiga y colega, de quien tomé prestado el nombre para la protagonista del cuento, me contó que en Camerún ella había visto de verdad esas hormigas grandes, como las que me imagino en el cuento. El licor extraído de cáscaras de naranja que preparábamos en clase de técnicas de Laboratorio... no lo he probado... XD. La facultad de Ciencias Químicas y Farmacéuticas, sede Olivos, se incendió en 1992, pero nadie murió ni salió herido. Díaz es el apellido de un profesor que a Camila le cae muy mal.

2 comentarios:

Clodito dijo...

Yo también hice ese licor de naranja... Olía rico...
Bastante rico, a decir verdad, pero me dio como miedo probarlo.
Ja!
que ebria, no??

Clodito dijo...

te gusta que sea tan ebria??
XDDDDD
es entretenido quedar ebrio...
pero la mejor sensación, es la de quedar volá con tolueno
XD
dímelo a mi, que estuve en la matrix como tres días seguidos
:P